Nombres in extremis...


Tenía 33 años cuando Josefina conoce a un hombre de irresistible personalidad: Napoleón Bonaparte, quien quedó enamorado de su belleza. Se casaron el 9 de marzo de 1796, año en que él es nombrado jefe del Ejército de Italia.

Por todos es sabida las idas y venidas de la pareja imperial. Pero no es esta la historia que quiero recordar hoy. Sino los amores fugaces de Josefina con el Zar Alejandro de Rusia.

El 15 de diciembre de 1809 firma el divorcio de Napoleón, pero por órdenes de este, conserva el título de emperatriz.

En 1814 Napoleón abdica al trono. Pero Josefina no queda desprotegida. Alejandro I se declara su protector.

Francia sometida a dominios rusos es visitada por su majestad el Zar, quien llega con aires de merecidos triunfos. Y la idea de lograr uno, a título personal, por lo cual se acerca a la Malmaison, mansión en que residía la emperatriz.

Al parecer, y según cuentan las crónicas, Alejandro era un hombre muy apuesto, y no le faltaban interesantes mujeres que le rindieran honores. Al recibirlo Josefina en su palacio, tampoco pudo con sus encantos y se mostró muy dispuesta a complacer al Zar.

No hagamos dilaciones a la historia, y pongamos que ambos entraron en los juegos propios del amor. Hasta que en una de esas noches en que se hacían las recepciones, Alejandro conoce a Hortensia, hija de Josefina. Por todos es sabido que sucede cuando un rey de rusia, enamorado de una mujer, se le presenta otra de iguales características y más joven…comenzó una secreta relación con Hortensia.

Fiesta en la Malmaison. Una noche fría. Al finalizar, Alejandro sale de paseo con Hortensia en su carruaje. Josefina, desconociendo la relación de estos y no queriendo ser menos los quiso acompañar. Pero en el apuro dejó sus abrigos. El paseo se extendió por horas mientras Josefina temblaba bajo las finas gasas de su vestido.

Al día siguiente la emperatriz despierta con una fatal angina infecciosa de la cual jamás se repondrá, muriendo a los pocos días.

Consternado por los hechos Alejandro vuelve a Rusia y nunca más vio a Hortensia. Transcurría el año 1814.

Napoleón se entera de la muerte de Josefina en el exilio, pasando varios días en la más absoluta soledad.

No es muy romántica una historia que termine con la muerte fruto de una angina infecciosa. Si queremos buscar una moraleja podríamos encontrar el consejo más dado por todos: “No salgas desabrigado”… y menos si vas a salir en carruaje con el Zar de Rusia.

Dicen las crónicas que antes de morir Josefina pronunció el nombre de Napoleón. Cerrando la gran pregunta si lo amó o no. Se traicionaron 100 veces y se pelearon mil, pero la falta de fidelidad no implica necesariamente amor.

Tal vez en ese último nombre que pronunciemos en nuestro lecho de muerte devele la verdad de nuestro amor y en definitiva de nuestra existencia.

Me pregunto que nombre será, si es que decimos alguno, porque hay quienes preferirán guardar decoro hasta después de muertos…todos pendientes el nombre que va a decir el futuro y finado y … nada! “¿Qué se ha creído la vecina de enfrente?” Es más, en todo caso hasta sería bueno aclarar que nombres no pensaba nombrar…por las dudas que se le adjudiquen responsabilidades ajenas… “no era este…ni este…ni este otro…” ya ni morir en paz se puede en las épocas burguesas… juro que si me mantengo vivo es solo para no tener que nombrar un nombre in extremis...

2 comentarios:

  1. No es que no importe a quien nombraré, pero si me importa mucho si alguin me nombrará a mi.

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  2. Es dificil saber a quién nombraría uno en ese momento. Seguramente, nos pasamos la vida pensando en un nombre pero... llegado el momento definitivo.. ¿será ese el que nombraremos?

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