La esclavitud de hoy
Por José Pablo Correa.- Rubén A. Gutierrez.
ruptura@live.com.arLa sociedad contemporánea es llamada también "sociedad de consumo". Se rige por las reglas del mercado y se caracteriza por “El imperio del tener”: “tanto tienes tanto vales”. Hasta confundir el mismo ser con el tener.
Pero el sistema de producción no siempre estuvo regido por las mismas reglas.
En épocas, no tan remotas, el régimen esclavista era bien visto por todos. El esclavo, era un objeto, una mercancía del amo, quien contaba con la legalidad de usufructuar a ese sujeto que no era reconocido ni como ser humano.
Revoluciones en aras de la libertad, de la igualdad fueron aboliendo la esclavitud, por lo menos en su forma más explicita. La igualdad, las democracias nacientes fueron menoscabando el sometimiento explicito.
El amo tuvo que ceder a la espada, a la ley de la sangre, desde donde impartía muerte a quien no le obedecía. Pero lejos de ser derrocado mutó a nuevas formas, tal vez más efectivas de dominio.
Algunos autores lo denomina
“Infrapoder”, es un poder que se ejerce sin que el sujeto se percate de tal influencia. Por el contrario, pensando que es libre en su elección, esta se encuentra totalmente sujeta a la voluntad de Otro.
La sociedad actual empuja al placer inmediato. El imperativo del discurso actual es: “¡Debes gozar más!”. Mediante el bombardeo constante de objetos de consumo la promesa es: “cuanto más se consuma, más se goza” y el Mercado exige y sostiene la promesa de un goce absoluto. Sumado a un intento de uniformar los modos, planteando modelos a seguir.
El principal objetivo es consumir. ¿Qué se consume? Bienes materiales, sustancias de todo tipo, por ejemplo objetos tecnológicos, droga, alcohol, comida, imágenes, etc. Inclusive debemos pensar ya no solo en sujetos que consumen objetos sino que los propios sujetos se han convertido en objetos de consumo.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿de qué maneras se influye en el sujeto que se ve sometido de buen grado al mandato social? Más aún si pensamos que ni siquiera es de su cultura más autóctona a quien obedece, sino a una extrajera.
La pulsión no tiene objeto pero lo encuentra. La proliferación y oferta permanente de objetos va en la dirección del encuentro constante con el objeto.
Y para ser sujetos deseantes y poner en juego nuestro deseo algo debe estar perdido, faltar. Si se ofrecen continuamente cosas que viene a tratar de ocupar esos lugares, ¿Qué lugar queda en la sociedad actual para la emergencia del sujeto deseante?
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La oferta permanente de objetos de consumo genera la ilusión de poder taponar la falta del sujeto.
Existe un vacío estructural en los objetos a causa del cual ningún producto es realmente lo que ofrece. Por lo cual, cuanto más se consume, más se evidencia que la satisfacción hallada no es la esperada. Y aparece el malestar, la falta de la falta, que produce la correspondiente angustia.
El sujeto como un sujeto de deseo, un sujeto cuyo objeto de la satisfacción absoluta está perdido, le falta el objeto para colmarlo y es esto el motor de la vida. Los demás objetos son siempre señuelos. Hay una brecha insalvable entre la satisfacción buscada y la encontrada.
La noción de subjetividad es un concepto vinculado a las imágenes, representaciones, modelos, discursos y prácticas que provee la cultura de una época.
Sin embargo, el efecto sujeto no es pensable fuera del campo de dichos discursos, prácticas, o sea de lo simbólico predominante de su tiempo.
El malestar es estructural, es inherente al sujeto y a la cultura. El sujeto para devenir como tal debe renunciar al goce absoluto.
Sin embargo, las formas que adopta dicho malestar dependen de las particularidades de la cultura o de lo simbólico. El malestar cambia de formas en la medida que las sociedades van cambiando.
Entonces, el sujeto solo se constituye como tal a partir de la pérdida de goce. La constitución del sujeto supone una renuncia a la satisfacción completa. Es el precio a pagar por la entrada en la cultura.