El siguiente texto fue escrito para Ruptura Publicaciones.

Pudiendo ser concebido como perteneciente al género de cuentos cortos, el relato logra una estructura poco convencional, q a mi entender, genera hasta cierto malestar en el lector. Malestar aplaudido a la hora de mover a nuevas creaciones de la imaginación de quien lee.
Gracias Lola por habernos obsequiado el relato...



Se levantó, colocó una bata sobre su cuerpo desnudo , preparó un café, que tomó lentamente.
El sol no lograba abrirse paso a través de las nubes.
La calle se veía gris, desolada, triste, desde el ventanal del comedor. Se acercó un poco más, el vidrio le devolvió su imagen y se empañó. Ya no era un chico, se veía como se sentía, de mil años.
Había sido una noche difícil, por más que lo intentó no pudo dormirse. Convencido de la imposibilidad de lograrlo quiso ordenar sus pensamientos, pero le resultó irrealizable, estos se escondían, veía sus sombras, corrían carreras, no lograba asirlos. Cuando comenzaba a armar una idea se le escapaba. Un estado de nerviosismo comenzó a ascender desde s us piernas como un huracán contenido, una furia latente, una tormenta en ciernes. ¿por qué se sentía así? ¿por qué estaba así?
Ja ja. Si lo sabes bien.- se dijo.
Él, en la soledad de la noche interminable, escribió una búsqueda, pensando en ella... y tiró la botella al mar.
En la mañana recibió un silencio.
Entonces miró al cielo y a pesar de la lejanía, sabía que era el mismo para los dos... levantó las manos, las introdujo en el aire. Sintió que ese mismo aire los envolvía a ambos y que al tocarlos la tocaba... por un momento funcionó.
Luego, creyendo en la misma magia, decidió mandarle un mensaje que solo sus oídos recibirían.
Susurró un – Hola Hermosa!- a la distancia. Que por la hora era una desubicación... pero también una necesidad irrefrenable a hacerlo.
Y esperó la respuesta en su celular.
Lola.





La esclavitud de hoy
Por José Pablo Correa.- Rubén A. Gutierrez.
ruptura@live.com.ar


La sociedad contemporánea es llamada también "sociedad de consumo". Se rige por las reglas del mercado y se caracteriza por “El imperio del tener”: “tanto tienes tanto vales”. Hasta confundir el mismo ser con el tener.

Pero el sistema de producción no siempre estuvo regido por las mismas reglas.

En épocas, no tan remotas, el régimen esclavista era bien visto por todos. El esclavo, era un objeto, una mercancía del amo, quien contaba con la legalidad de usufructuar a ese sujeto que no era reconocido ni como ser humano.

Revoluciones en aras de la libertad, de la igualdad fueron aboliendo la esclavitud, por lo menos en su forma más explicita. La igualdad, las democracias nacientes fueron menoscabando el sometimiento explicito.

El amo tuvo que ceder a la espada, a la ley de la sangre, desde donde impartía muerte a quien no le obedecía. Pero lejos de ser derrocado mutó a nuevas formas, tal vez más efectivas de dominio.

Algunos autores lo denomina “Infrapoder”, es un poder que se ejerce sin que el sujeto se percate de tal influencia. Por el contrario, pensando que es libre en su elección, esta se encuentra totalmente sujeta a la voluntad de Otro.

La sociedad actual empuja al placer inmediato. El imperativo del discurso actual es: “¡Debes gozar más!”. Mediante el bombardeo constante de objetos de consumo la promesa es: “cuanto más se consuma, más se goza” y el Mercado exige y sostiene la promesa de un goce absoluto. Sumado a un intento de uniformar los modos, planteando modelos a seguir.

El principal objetivo es consumir. ¿Qué se consume? Bienes materiales, sustancias de todo tipo, por ejemplo objetos tecnológicos, droga, alcohol, comida, imágenes, etc. Inclusive debemos pensar ya no solo en sujetos que consumen objetos sino que los propios sujetos se han convertido en objetos de consumo.

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿de qué maneras se influye en el sujeto que se ve sometido de buen grado al mandato social? Más aún si pensamos que ni siquiera es de su cultura más autóctona a quien obedece, sino a una extrajera.

La pulsión no tiene objeto pero lo encuentra. La proliferación y oferta permanente de objetos va en la dirección del encuentro constante con el objeto.

Y para ser sujetos deseantes y poner en juego nuestro deseo algo debe estar perdido, faltar. Si se ofrecen continuamente cosas que viene a tratar de ocupar esos lugares, ¿Qué lugar queda en la sociedad actual para la emergencia del sujeto deseante?

La oferta permanente de objetos de consumo genera la ilusión de poder taponar la falta del sujeto.

Existe un vacío estructural en los objetos a causa del cual ningún producto es realmente lo que ofrece. Por lo cual, cuanto más se consume, más se evidencia que la satisfacción hallada no es la esperada. Y aparece el malestar, la falta de la falta, que produce la correspondiente angustia.

El sujeto como un sujeto de deseo, un sujeto cuyo objeto de la satisfacción absoluta está perdido, le falta el objeto para colmarlo y es esto el motor de la vida. Los demás objetos son siempre señuelos. Hay una brecha insalvable entre la satisfacción buscada y la encontrada.

La noción de subjetividad es un concepto vinculado a las imágenes, representaciones, modelos, discursos y prácticas que provee la cultura de una época.

Sin embargo, el efecto sujeto no es pensable fuera del campo de dichos discursos, prácticas, o sea de lo simbólico predominante de su tiempo.

El malestar es estructural, es inherente al sujeto y a la cultura. El sujeto para devenir como tal debe renunciar al goce absoluto.

Sin embargo, las formas que adopta dicho malestar dependen de las particularidades de la cultura o de lo simbólico. El malestar cambia de formas en la medida que las sociedades van cambiando.
Entonces, el sujeto solo se constituye como tal a partir de la pérdida de goce. La constitución del sujeto supone una renuncia a la satisfacción completa. Es el precio a pagar por la entrada en la cultura.

El tipo de subjetividad que se produce en este tipo de sociedades es una de las principales formas de capital que permiten al capitalismo seguir su curso de reproducción y metástasis. Como ya lo sostuviera Lacan, el discurso capitalista se sostiene en la promesa fantasmática que supone que el “objeto a” (plus de goce) puede ser integrado. El capitalismo es la primera forma de sociedad, el primer modo de producción, que ha logrado capturar algo constitutivo de la propia conformación de la subjetividad. Es la primera vez en la historia que hay una suerte de coincidencia entre la estructura del sujeto y una forma de dominación que ha sabido apoyarse en tal estructura: a través de la lógica del ideal anónimo del mercado se asume el valor de la “falta” (vacío) inherente en el sujeto como aquello que hay que saber completar a través del sistema de los objetos.

Sistemas que se perpetúan borrando la historia y su devenir, mostrándose en un presente eterno sin posibilidades de cambio.

La esclavitud no se abolió por trasformase el sistema en más humanitario, sino en plantearse más barato asalariar que mantener a un sujeto. La persona se la llama libre de trabajar, libre de elegir, cuando en verdad queda fascinado, perplejo, por la imagen del comercial, entrando en un círculo repetitivo sin posibilidad de reflexión propia, ni decir rebelión.

La tan mentada Revolución se plasma primeramente desde la subjetividad, desde el sujeto singular que derroca los impuestos culturales de una sociedad dominante que absorbe. Armas simbólicas del sujeto que le permitan dudar de lo dado y de lo “natural”, que icen la bandera de “La imaginación al poder”.